El imperialismo es un sistema de penetración económica y dominio de los mercados, fuentes de materias primas y campos de inversión por parte de un Estado sobre otros Estados, sin que ello implique necesariamente la anulación de la soberanía política de estos últimos.
A partir de principios del siglo XX se entiende ya el imperialismo en su acepción económica. Una de las principales causas de la I Guerra Mundial fueron las rivalidades entre los grandes Estados, como consecuencia de la búsqueda de nuevos mercados, zonas de influencia, materias primas, etc., para los grandes monopolios industrailes y financieros. En el período de entreguerras, el imperialismo se caracterizó por estar todavía estrechamente unido al dominio político de los Estados, o sea al colonialismo. Únicamente en Latinoamérica dieron comienzo las actividades de las grandes empresas monopolistas inglesas y, especialmente, estadounidenses. Con posterioridad a la II Guerra Mundial, el imperialismo se desarrolló extraordinariamente.
El despertar nacionalista de los pueblos subdesarrollados y la aparición del campo socialista aceleraron la crisis general del sistema colonialista. Sin embargo, el dominio y la explotación económica de las ex colonias continuó bajo diversas formas. En muchos Estados, la pretendida independencia nacional encubría el sometimiento a los intereses de los Estados con más inversiones en el país (véase Neocolonialismo).