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Comunismo

La hoz y el martillo, símbolos del comunismo.

El comunismo (de común) es una doctrina política que preconiza la instauración de un sistema de organización social en el que existe una comunidad de bienes y desaparece la propiedad privada.

El comunismo, entendido como sistema social que pretende la comunidad de bienes, nació en Grecia en el siglo IV a. C. con Antístenes y Diógenes y se desarrolló con Platón (La República); las ideas sobre los bienes terrenales sostenidas por las primeras comunidades cristianas eran parecidas a las de los comunistas. Con la ideología renacentista reaparecieron las formulaciones filosóficas de tipo comunista: Tomás Moro (Utopía), Campanella (La ciudad del sol), Winstanley (La nueva ley de la justicia). Ya en el siglo XVIII, una serie de pensadores, Meslier, Mably, Morelly, ampliaron las formulaciones de tipo comunista e influyeron en Graco Babeuf, quien unió la idea comunista (exigía la propiedad común de todos los bienes) a la acción revolucionaria. El pensamiento comunista se enriqueció y diversificó con las aportaciones de los llamados socialistas utópicos (Owen, Saint-Simon, Cabet, Fourier, etc.) y la de algunos anarquistas.

Con Marx y Engels adquirió su formulación más coherente: sociedad sin clases, bajo la fórmula «de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades», como etapa posterior a la sociedad socialista («de cada uno según sus capacidades, a cada uno según su trabajo»). Las ideas marxistas se afianzaron en el movimiento obrero europeo de la década de 1830 y, en su variante leninista, triunfaron cuando los bolcheviques rusos alcanzaron el poder en 1917; en marzo de 1918 el Partido Bolchevique cambió su nombre por el de Partido Comunista. El primer objetivo de los bolcheviques fue transformar la Revolución rusa en revolución mundial y a tal fin constituyeron la III Internacional, llamada también Komintern (marzo de 1919), y Béla Kun instauró en Hungría la dictadura del proletariado (marzo-agosto de 1919); entre 1919 y 1923 nacieron la mayor parte de los partidos comunistas, bien como resultado de las escisiones del ala izquierda de los partidos socialistas (Europa) o bien a través de la lucha nacionalista y anticolonialista (Asia y países árabes). El fracaso de las revoluciones húngara y alemana, las persecuciones contra los partidos comunistas y el auge de los movimientos fascistas hicieron ver que la revolución mundial estaba más lejos de lo previsto. A partir de entonces la causa del comunismo y la revolución social se confundió con la de la URSS, y el Komintern reforzó su dominio sobre los partidos comunistas nacionales y se enfrentó duramente con la socialdemocracia, choque que favoreció el triunfo del nacionalsocialismo alemán y el afianzamiento de los regímenes totalitarios; como reacción ante éstos nacieron los llamados «frentes populares» (España, febrero de 1936; Francia, mayo de 1936). Con la II Guerra Mundial y la agresión alemana contra la URSS se produjo la alianza de ésta con los otros países que luchaban contra el Eje, y la colaboración de los comunistas en los movimientos de la Resistencia. Para facilitar estas alianzas y demostrar que no existía supeditación de los partidos comunistas a la URSS, el Komintern se disolvió en 1943. La victoria sobre los países totalitarios favoreció la expansión del comunismo, que entre 1946 y 1948 se hizo con el poder en diversos países centroeuropeos (República Democrática Alemana, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Albania, Yugoslavia). Sin embargo, en Europa Occidental, después de una breve etapa de colaboración de los comunistas con los Gobiernos de «frente nacional», la intensificación de la «Guerra Fría» entre el bloque occidental y el encabezado por la URSS provocó la ruptura de aquéllos con las otras formaciones izquierdistas. En octubre de 1947 fue creado el Kominform, órgano de coordinación entre los diversos países comunistas. La férrea dictadura de Stalin sobre éstos y su intransigencia motivaron la ruptura y expulsión en el caso de la Yugoslavia de Tito y las persecuciones contra dirigentes comunistas en desacuerdo con la línea estalinista (ejecución del húngaro Rajk en 1949, del polaco Slánský en 1952). El triunfo de los comunistas en China en 1949 compensó parcialmente esta crisis; sin embargo, la primera parte de la Guerra Fría, que culminó en 1950-53 (guerras de Corea y de Indochina), no favoreció la expansión del comunismo.

Con la muerte de Stalin en 1953 y el famoso XX Congreso del PCUS (1956) se inició el deshielo y una etapa de coexistencia pacífica con los países occidentales; pese a ello se mantuvo la línea de inflexible dominación de la URSS y sus tesis teórico-prácticas, como se demostró con el aplastamiento de los intentos renovadores de Hungría y Polonia en octubre de ese mismo año 1956. El mismo procedimiento fue utilizado cuando los tanques soviéticos impidieron a los comunistas checoslovacos elaborar un modelo de socialismo distinto del soviético (Primavera de Praga, 1968). Así, el movimiento comunista internacional entró en una profunda crisis, cuya amplitud puede medirse con la comparación entre la conferencia internacional convocada en Moscú en 1961 (a la que asistieron 81 partidos comunistas que expusieron su identidad de puntos de vista) y la de 1969, a la que asistieron sólo 8 de los 14 partidos que gobernaban los países socialistas, y en cuanto a los partidos comunistas procedentes del resto del mundo, más de treinta sólo eran fracciones prosoviéticas de partidos escindidos o pequeños grupos sin apenas influencia en sus respectivos países. Uno de los problemas centrales de esta crisis es la polémica chino-soviética. La crisis de la unidad del movimiento comunista se agravó en la década de 1970 con los ataques del Kremlin contra el eurocomunismo y con el nuevo cisma entre China y Albania. Por otro lado, la crisis económica internacional provocó en el seno de los partidos comunistas enfrentamientos entre los partidarios del reformismo y los de la línea ortodoxa. El enfrentamiento más dramático, y también el último, entre ambas concepciones tuvo lugar en la URSS (agosto de 1991), con el golpe de Estado de una parte del Gobierno contra el presidente Mijaíl Gorbachov. El fracaso del golpe significó el final del Partido y de la ideología comunista, y el del propio Estado soviético.

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